La caseta de campaña (21/04/2016)

La caseta de campaña (21/04/2016)

Hay sueños que parecen películas. Y además de ésas de intriga y acción. Esta noche andaba metido en una especie de campamento en Chiclana. En realidad estábamos en un chalet muy parecido al de Antonia, la dueña de aquel que tanto marcó mi infancia. Estábamos todos. Incluso mi abuela Rosa que últimamente anda muy presente en mi vida a través del pensamiento. Estaba ahí con su pelo plateado y largo hasta la cintura, buscando su dentadura. Perdida como la dejó la puta enfermedad que se la llevó. Yo intentaba ubicarla mientras ella con su mirada sólo buscaba la de mi madre.
Aparte del chalet teníamos una especie de caseta de campaña donde a juzgar por su interior, mis padres habían pasado la noche allí. Y hasta aquel pequeño habitáculo fui a parar yo. Cogí mi móvil que andaba mal de batería dispuesto a dejarme sorprender por lo que traía el nuevo día en cuestión de redes sociales. De repente, un insistente sonido comenzó a molestarme cada vez más. El murmullo de un grupo de gente comenzaba a escucharse por los alrededores hasta que un hombre bajito y con rasgos latinos abrió la puerta de aquella caseta de campaña para pedirme dinero. Yo le dije que no tenía mirando de reojo la cartera de mi padre que estaba justo a mi lado en una improvisada mesa de noche. Y él, que también la había visto me mostró muy disimuladamente un extraño artefacto plateado. Así que atónito ante la primera vez que alguien me apuntaba con un arma, me dirigí hacia la cartera en un completo ataque de nervios:
-                     No tiene dinero apenas - dije mientras que un generoso tocho de billetes salió de ella dejándome con el culo al aire. Mi padre había sacado más dinero de lo habitual para aquellos días de vacaciones. Miré de reojo al hombre bajito que portaba su arma y aprecié que no se había dado cuenta de los billetes que salían de la cartera de papá. Respiré aliviado. Con dos euros se conformó.
Los gritos de un grupo de personas en cuyo rostro podía distinguirse perfectamente su atroz miedo invadieron mi cada vez menos seguro refugio: "Nos siguen, déjanos aquí". El terror y por qué no decirlo, el eterno egoísmo que domina el mundo, se manifestó en mi persona: "De aquí os vais ya" dije sin ningún tipo de pudor ante sus piadosos rostros mientras echaba mano al móvil para avisar a mi hermano que se encontraba en la casa del chalet con el resto de mi familia. Inexplicablemente el móvil cuyo sonidito seguía anunciándome que la batería estaba por acabarse, había cambiado el idioma. O quizás era el método de entrada, el tipo de teclado... El caso es que mis intentos porque me ayudasen eran en vano ya que era incapaz de formar una frase coherente y por ende que alguien me entendiese. La angustia comenzó a sobrepasarme cuando otra familia con rasgos también latinos entraron de un golpe en mi caseta: "Nosotros no vamos a irnos de aquí. Lo siento". Los miré en una nube de estupefacción mientras continuaba desesperadamente intentando poder escribir algo en aquel maldito móvil que parecía tenérmela jurada. Salí a la puerta y ante mí, un pasacalle de auténtico terror me dejó perplejo: bandas callejeras, familias con escasa ropa en cuyas miradas se dibujaba el más absoluto de los miedos, coches de policías cómplices de aquellas bandas que intentaban sembrar el pánico entre todos nosotros... Y al fondo, el chalet donde mi familia podía campar tan libremente ajena a lo que ocurría en el exterior. ¿Qué suerte habrían corrido? me pregunté. La distancia desde donde yo me encontraba era corta, la desconfianza en mí, infinita. Miré al fondo con la esperanza de que aquello no fuese más que una pesadilla. El despertador del móvil comenzó a sonar desesperadamente. Lo miré fijamente notando que no era eso lo que sonaba. Una especie de alivio me hizo casi flotar en el ambiente.
Efectivamente, aquello no era más que un sueño y el despertador programado la noche antes para las 7,35 de la mañana me libró de aquella escena digna de cualquier historia de intriga y acción...

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Manuel Devesa

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